Trastorno Especifico del Lenguaje
Un buen día nos
damos cuenta de que en el desarrollo de nuestros hijos “algo se tuerce”. Suele
coincidir con el segundo año de vida: nos damos cuenta de que quizás de empieza
a hablar como debiera, de que no comprende las cosas como esperamos, de que sus
relaciones con los demás no son adecuadas, sus juegos son extraños y sus
intereses, cuanto menos, chocan con los intereses de los demás niños de su
edad. “¿Qué le pasa a mi hijo?”.
Sin embargo, es difícil de concretar lo que percibimos: son pequeños detalles, la forma de mirar, de atender a su entorno, cuando coge un juguete reacciona de forma extraña…Esos pequeños detalles que otras personas traducen en frases tipo “los niños hacen cosas muy raras, ellos son así…”. Sí, pero…
Del retraso madurativo al autismo, pasando por todos los síndromes imaginados que encontramos en el cajón desastre que es internet y llegando a eso de “a este niño no le pasa nada”, los padres nos sumergimos en un mar de dudas en el que llegamos a poner en entredicho nuestra capacidad para criar a nuestro propio hijo.
No queda otra que poner manos a la obra y buscar un especialista, pero ¿cuál? En nuestro caso concreto hablamos en primer lugar con el pediatra, un buen médico de la vieja escuela a quien estas cosas se le venían grandes. Sigue siendo nuestro pediatra: nadie como él para conocer y manejar un catarro, la introducción de nuevos alimentos, cotejar el desarrollo en peso y crecimiento, poner en jaque una diarrea o manejar la alergia a la lecha que ya ha superado mi hijo pequeño, pero que no daba respuesta a las extrañas sutilezas en el comportamiento de mi hijo mayor. Era el momento de pasar por algo sus consejos y acudir a un escalón superior: una neuróloga.
Tuvimos suerte: nuestra neuróloga sí supo atendernos desde el primer momento, interesarse por nuestro hijo y analizar su comportamiento y las lagunas que presentaba, aunque tardó en acertar con lo que le sucedía: “Yo no le veo tan mal”. Será que nos vio seriamente preocupados y que ella, detrás de aquella mesa rodeada de ceras de colores, puzles y juguetes había visto casos mucho más preocupantes que el nuestro. Llegó la batería de pruebas y los altibajos de Diego: unos días mejor; otros, como los cangrejos.
Se eliminaron todas las posibles causas físicas, incluidas pruebas genéticas. Sin embargo, aquello nos tranquilizó y nos preocupó en la misma medida. Entonces ¿qué le pasa a Diego? “Al final va a resultar que Diego es simplemente eso, Diego”, nos dijo. Y también nos dio un primer diagnóstico que ha sido el que nos han acompañado desde entonces: transtorno específico del lenguaje.
De forma paralela trabajamos en el centro de atención temprana. Logopedia, psicóloga, terapeuta suscribían esas palabras, aunque a veces tenían sus dudas… ¿y si es asperger? Algo había que no terminaba de cuadrar.
Habían pasado año y medio desde que visitamos por vez primera a la neuróloga y comenzamos a la par el tratamiento de atención temprana. Nos sentíamos en un callejón sin salida. ¿De verdad estamos en el camino adecuado? Era otra vez el momento de dar un nuevo paso: un diagnóstico de manos de unos especialistas en este tema.
Encontrar un buen profesional en este campo no es nada fácil. En su momento seguimos el consejo de las profesionales que trataban a nuestro hijo en el centro de atención temprana y creo que no nos equivocamos. Pero muchas veces me pregunto qué hubiera pasado si hubiésemos acudido a otro especialista, si en aquella consulta Diego, en lugar de cinco años, hubiese tenido tres o siete ¿hubiese sido el mismo el diagnóstico? Diego había cambiado mucho en los últimos dos años, y más desde el momento, sobre los dos años, en los que algo nos “chirriaba” de él. Seguro que con sieteaños cumplidos Diego será completamente diferente a aquel niño que se obsesionaba con los números, que tenía fijación por las cosas que giraba, que no comprendía órdenes sencillas, que no acudía a la llamada por su nombre, que no jugaba con otros niños, que ponía sus juguetes de desfilar, uno tras otro, siempre en el mismo orden, que hacía ruidos extraños con la boca en lugar de parlotear, que corría por el pasillo compulsivamente…
Para hallar un buen profesional a la hora de contar con un diagnóstico fiable para nuestros hijos son muchas las herramientas que tenemos a mano: desde el consejo de aquellas que tratan a nuestros hijos a la maravillosa red de redes, con sus webs, foros y la huella digital que los profesionales dejan en ella. Apuesta por alguien que tenga formación específica y experiencia en aquello que desean conocer. Consulta también a las asociaciones profesionales y de padres; ellos ya han andado tu camino. Y visita previamente a quien has elegido: exígele profesionalidad, atención y una buena disposición no sólo para escucharte sino también para valorar a tu hijo (tendrá que pasar una batería de pruebas pesadas para el pequeño, procura que no sea un momento duro para él). Y prepara al niño para “el gran día”. Trata de contarle a dónde va a ir. En nuestro caso le dijimos que era “una logopedia especial”, un sitio nuevo para jugar un rato y que se lo iba a pasar bien.
Y no desdeñes la verdadera red de redes, la que siempre ha existido: la red de las madres. Seguro que en tu círculo de conocidas por el parque, por el cole, por la guarde… encuentras a alguna que conoce a alguien que se puede adaptar a lo que estás buscando.
Pronto os dejaré un apartado en este blog con profesionales que se dedican a la valoración y diagnóstico de niños con dificultades. De cualquier forma, no pretendo sustituir el consejo de alguien que tú conozcas, ya sabes: no están todos los que son ni son todos los que están.
Y valora si ya ha llegado el momento de dar el paso de contar con un diagnóstico claro (aunque no me atrevo a decir si cerrado).
Sin embargo, es difícil de concretar lo que percibimos: son pequeños detalles, la forma de mirar, de atender a su entorno, cuando coge un juguete reacciona de forma extraña…Esos pequeños detalles que otras personas traducen en frases tipo “los niños hacen cosas muy raras, ellos son así…”. Sí, pero…
Del retraso madurativo al autismo, pasando por todos los síndromes imaginados que encontramos en el cajón desastre que es internet y llegando a eso de “a este niño no le pasa nada”, los padres nos sumergimos en un mar de dudas en el que llegamos a poner en entredicho nuestra capacidad para criar a nuestro propio hijo.
No queda otra que poner manos a la obra y buscar un especialista, pero ¿cuál? En nuestro caso concreto hablamos en primer lugar con el pediatra, un buen médico de la vieja escuela a quien estas cosas se le venían grandes. Sigue siendo nuestro pediatra: nadie como él para conocer y manejar un catarro, la introducción de nuevos alimentos, cotejar el desarrollo en peso y crecimiento, poner en jaque una diarrea o manejar la alergia a la lecha que ya ha superado mi hijo pequeño, pero que no daba respuesta a las extrañas sutilezas en el comportamiento de mi hijo mayor. Era el momento de pasar por algo sus consejos y acudir a un escalón superior: una neuróloga.
Tuvimos suerte: nuestra neuróloga sí supo atendernos desde el primer momento, interesarse por nuestro hijo y analizar su comportamiento y las lagunas que presentaba, aunque tardó en acertar con lo que le sucedía: “Yo no le veo tan mal”. Será que nos vio seriamente preocupados y que ella, detrás de aquella mesa rodeada de ceras de colores, puzles y juguetes había visto casos mucho más preocupantes que el nuestro. Llegó la batería de pruebas y los altibajos de Diego: unos días mejor; otros, como los cangrejos.
Se eliminaron todas las posibles causas físicas, incluidas pruebas genéticas. Sin embargo, aquello nos tranquilizó y nos preocupó en la misma medida. Entonces ¿qué le pasa a Diego? “Al final va a resultar que Diego es simplemente eso, Diego”, nos dijo. Y también nos dio un primer diagnóstico que ha sido el que nos han acompañado desde entonces: transtorno específico del lenguaje.
De forma paralela trabajamos en el centro de atención temprana. Logopedia, psicóloga, terapeuta suscribían esas palabras, aunque a veces tenían sus dudas… ¿y si es asperger? Algo había que no terminaba de cuadrar.
Habían pasado año y medio desde que visitamos por vez primera a la neuróloga y comenzamos a la par el tratamiento de atención temprana. Nos sentíamos en un callejón sin salida. ¿De verdad estamos en el camino adecuado? Era otra vez el momento de dar un nuevo paso: un diagnóstico de manos de unos especialistas en este tema.
Encontrar un buen profesional en este campo no es nada fácil. En su momento seguimos el consejo de las profesionales que trataban a nuestro hijo en el centro de atención temprana y creo que no nos equivocamos. Pero muchas veces me pregunto qué hubiera pasado si hubiésemos acudido a otro especialista, si en aquella consulta Diego, en lugar de cinco años, hubiese tenido tres o siete ¿hubiese sido el mismo el diagnóstico? Diego había cambiado mucho en los últimos dos años, y más desde el momento, sobre los dos años, en los que algo nos “chirriaba” de él. Seguro que con sieteaños cumplidos Diego será completamente diferente a aquel niño que se obsesionaba con los números, que tenía fijación por las cosas que giraba, que no comprendía órdenes sencillas, que no acudía a la llamada por su nombre, que no jugaba con otros niños, que ponía sus juguetes de desfilar, uno tras otro, siempre en el mismo orden, que hacía ruidos extraños con la boca en lugar de parlotear, que corría por el pasillo compulsivamente…
Para hallar un buen profesional a la hora de contar con un diagnóstico fiable para nuestros hijos son muchas las herramientas que tenemos a mano: desde el consejo de aquellas que tratan a nuestros hijos a la maravillosa red de redes, con sus webs, foros y la huella digital que los profesionales dejan en ella. Apuesta por alguien que tenga formación específica y experiencia en aquello que desean conocer. Consulta también a las asociaciones profesionales y de padres; ellos ya han andado tu camino. Y visita previamente a quien has elegido: exígele profesionalidad, atención y una buena disposición no sólo para escucharte sino también para valorar a tu hijo (tendrá que pasar una batería de pruebas pesadas para el pequeño, procura que no sea un momento duro para él). Y prepara al niño para “el gran día”. Trata de contarle a dónde va a ir. En nuestro caso le dijimos que era “una logopedia especial”, un sitio nuevo para jugar un rato y que se lo iba a pasar bien.
Y no desdeñes la verdadera red de redes, la que siempre ha existido: la red de las madres. Seguro que en tu círculo de conocidas por el parque, por el cole, por la guarde… encuentras a alguna que conoce a alguien que se puede adaptar a lo que estás buscando.
Pronto os dejaré un apartado en este blog con profesionales que se dedican a la valoración y diagnóstico de niños con dificultades. De cualquier forma, no pretendo sustituir el consejo de alguien que tú conozcas, ya sabes: no están todos los que son ni son todos los que están.
Y valora si ya ha llegado el momento de dar el paso de contar con un diagnóstico claro (aunque no me atrevo a decir si cerrado).
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