viernes, 3 de febrero de 2012

HISTORIAS DE LOGOPEDIA


Cuando cumplió 18 meses la madre decidió consultar con el pediatra. ¡Decididamente el niño no hablaba nada! Con un criterio meramente estadístico, el médico tranquilizó a la madre: “ya tendrá tiempo usted de decirle que se calle”.
En el segundo cumpleaños ella seguía preocupada. El niño decía pocas palabras, siempre aisladas e ininteligibles salvo para los más allegados. El padre parecía quitarle importancia: al fin y al cabo el niño estaba sano, alegre, se movía, entendía todo y daba muestras de ser muy listo. La madre estaba de acuerdo, pero tenía sus dudas acerca de la comprensión del lenguaje por parte del niño. Había comprobado que era muy escasa cuando las circunstancias no favorecían que el niño supiera de qué estaban hablando.
A los dos años y medio se empeñó en consultar con alguien: su hijo seguía sin decir más de veinte palabras que solo ellos entendían. Preguntó a la profesora de la escuela infantil. Le explicaron que había muchas diferencias de desarrollo a esa edad. Le aconsejaron esperar un poco más antes de consultar con un especialista. Dos meses más tarde, cuando conocieron a los compañeros de Rubén, cundió el pánico. La madre comprobó horrorizada que muchos niños de tres años son perfectamente capaces de mantener una conversación. Las niñas todavía son más precoces. Sin embargo, su hijo sólo emitía alguna “casi-palabra” y ella seguía sin estar segura acerca de su comprensión.

La historia que acabamos de leer es real y es un ejemplo prototípico de lo que ocurre con unos niños que, hasta hace unos años, llamábamos disfásicos. La tendencia actual es denominarlos niños con “trastorno específico del desarrollo del lenguaje”, o de forma abreviada, niños con T.E.L.
Hacia los tres años, un logopeda y una psicóloga especializada en niños con trastornos evolutivos y del lenguaje, pudieron determinar que Rubén presentaba un problema específico para adquirir la lengua materna, sin detrimento de otras facultades intelectuales, sensoriales o motoras.
Se trata de un trastorno con una prevalencia muy importante, estimada entre un dos y un cinco por ciento de la población. La mayoría de los niños con TEL no presentan alteraciones comportamentales graves o trastornos sociales. Las manifestaciones principales se limitan a la adquisición del lenguaje. Probablemente algunos aspectos cognitivos, como la memoria de trabajo o ciertas capacidades sutiles de percepción auditiva, estén implicados en el trastorno, sobrepasando estrictamente lo lingüístico.

Utilizamos el término “adquisición” del lenguaje y no “aprendizaje”, para expresar que, mediante un proceso natural, guiado por el desarrollo biológico, los seres humanos somos capaces de apoderarnos en un tiempo record de nuestra lengua materna, con un mínimo de interacción social y lingüística. Durante unos años, cualquier niño normal puede aprender una o varias lenguas sin aparente esfuerzo. Esa tendencia, o “instinto” para el lenguaje, decrece sensiblemente a partir de los seis años y parece ser inactiva a partir de la pubertad  aunque siempre sea posible un “aprendizaje” de las segundas lenguas de manera más formal.

Algo falla en la maquinaria biológica y cognitiva de los niños con TEL. Hoy sabemos que, al menos un gen –el FoxPII- está implicado en el proceso natural, y su mutación produce algunas de las alteraciones del desarrollo del lenguaje que estamos describiendo.

Los expertos diagnosticaron a Rubén un trastorno específico del lenguaje. Comenzaron a trabajar con él, y unos meses después pudieron definir el subtipo de este trastorno. Se trataba de un “déficit fonológico-sintáctico” (también denominado Receptivo – Expresivo). Este es el subtipo más frecuente entre los niños con TEL. Afecta la capacidad de organizar las secuencias de sonidos que forman las palabras, y también la capacidad de combinar palabras entre sí para formar oraciones. La madre de Rubén era una buena observadora: la comprensión, en este subtipo, es mucho mejor que la expresión, pero no es muy buena cuando no está apoyada por el contexto. Es lo que denominamos un fallo de “comprensión literal” frente a la “comprensión pragmática o contextual”, que no está tan afectada en este subtipo del trastorno.

Los niños con TEL evolucionan lentamente. Los tratamientos logopédicos son efectivos, pero las dificultades durarán más allá de los seis años. Probablemente, a esa edad, estos niños pueden tener una capacidad de comunicación oral relativamente eficaz para en lo cotidiano; pero sus escasas habilidades lingüísticas los delatan en cualquier entorno un poco más exigente. No es extraño que sigan necesitando apoyo educativo e intervención logopédica hasta los doce o catorce años. El trastorno también afecta al aprendizaje de la lengua escrita y, con ello, al rendimiento escolar.

A los 5 años Rubén hablaba con una jerga imposible de descifrar. Casi todos los sonidos eran “ch”. A los 6 años se produjo una notable mejoría pero todavía era incomprensible para un oído no acostumbrado. A esa edad, sus frases parecían sacadas de una vieja película de indios: lo llamamos agramatismo o “lenguaje telegráfico”. A los nueve años intentábamos que comprendiera las sutilezas del lenguaje: “no es lo mismo si te preguntan “quién muerde” que “a quién muerde”. Luego vinieron los enunciados de los problemas de matemáticas y la comprensión de textos largos. Afortunadamente Rubén es inteligente, centrado emocionalmente y vive en una familia que le apoyó todo lo necesario. Ha completado unos estudios de electrónica y ahora es un buen técnico. Le siguen costando las palabras difíciles y no es muy bueno redactando. No todos los niños con TEL pueden compensar sus dificultades de forma tan satisfactoria con estas cualidades y circunstancias.
El impacto del TEL es muy importante en la historia de los muchachos que lo padecen, en sus familias y también en la escuela, que debe proporcionar apoyos educativos eficaces.

No todos los subtipos de TEL cursan de la misma manera. Además, su evolución puede ser mucho más complicada si el trastorno está acompañado por otros factores biológicos –deficiencia sensorial, bajo peso en el nacimiento, deficiencia motórica, etc.- o factores cognitivos, como las dificultades intelectuales, atencionales o de memoria

Extraido del  blog:
http://historiasdelogopedia.blogspot.com/

Me llamo José Fco. Cervera. Soy logopeda y me gusta mi profesión. La he disfrutado y lo sigo haciendo. Quiero dejar escritos algunos de los recuerdos de estos años y las anécdotas y experiencias que me cuentan otros colegas sobre nuestra profesión: la logopedia.

Puedes localizarme en la Clínica Universitaria de la Universidad Católica de Valencia, en la calle Guillém de Castro 46; 46001 Valencia. 963920624 ó 963637412, ext. 71100. Allí, junto a mis compañeros, atiendo a pacientes con trastornos del lenguaje, el habla y la voz.
La mejor forma de ponerte en contacto conmigo: josefran.cervera@ucv.es

No hay comentarios:

Publicar un comentario